El otoño representa para todos la vuelta al cole y a la rutina , y en este mundo nuestro, cada vez más de adultos jóvenes y tiposos, el otoño significa el regreso al gimnasio. ¿Porqué vamos? Por una cuestión de salud, pero no física sino mental. La culpa se la vamos a echar al síndrome postvacacional porque vayamos donde vayamos de vacaciones siempre te encuentras a alguien que te toca la moral. Y es que aunque, nos parezca mentira, somos muchos los que lucimos tripita, esa a los que muchos llaman cervecera.
Basta con llegar al pueblo a visitar a nuestros seres queridos, menos mal que nos quieren, porque lo primero que nos dicen es ¿Cómo estás? Parece que te va bien porque estás más…más…fuertecita. ¿fuertecita? No, lo que de verdad te quieren decir es : vaya vidorra te pegas si vienes con cinco kilos de más.
Y si vas a la playa, ya es para reventarle el subidón de egocentrismo al más pintado, porque en bikini o bañador no hay donde esconder ese cuerpo natillas que la naturaleza te ha regalado. Así los primeros días de playa te los pasas contemplando a los más atrevidos que pasean su palmito a la orilla de la playa y comentando: Mira que tripa tiene ese, mira que bañador más feo, mira que mal le sienta el pareo, vaya color más deslucido tiene aquel, se le nota que acaba de llegar, y un sin fin de variedades más. Todo para disculpar nuestra figura.
