sábado, 22 de mayo de 2010

El día de la madre

Como todas las cosas que merecen la pena en esta vida van evolucionando con nosotros, el día de la madre no podía ser menos. De pequeños le regalamos una cosa de arcilla a la que llamamos cenicero y, que después de un tiempo prudencial, nuestra madre hace que desaparezca en el limbo de las cosas olvidadas. Durante unos pocos años a nuestra madre le regalamos tarjetas y toda suerte de manualidades que nuestros profesores  nos sugieren.
Será en una segunda etapa cuando recurramos a nuestros padres o hermanos mayores para buscar un regalo digno de nuestra madre: un pañuelo, flores, una figurita horrorosa, un bote de colonia. El siguiente  estadio de esta singular transformación pasa por esa fase hippie no materialista que todos tenemos. Es entonces cuando nos empeñamos en hacer algo con nuestra madre, algo por lo que nos sentimos  en deuda, algo que pensamos que a ella le haría ilusión.
Van  pasando los años, las modas cambian, las ideas se agotan, ya hemos regalado música, discos, ropa y ahora llega el momento en que sentimos que nuestra madre pertenece a otra época y tenemos que ayudarle a vivir en la actualidad, le regalamos un teléfono móvil o un ordenador o un super robot de cocina. Aquí es cuando nuestra madre se siente realmente desbordada por sus adorados hijos.
Ella, por su parte, se ve en el compromiso de invitarte junto con el resto de la familia a comer, porque no nos engañemos, el día de la madre es otra de las celebraciones que nos obliga de manera más o menos grata a reunirnos alrededor de una  mesa con los que más queremos, aunque luego nos digamos de todo menos bonito y no nos soportemos.
Desde la isla tranquila levanto mi copa y dedico mi brindis de hoy a todos las madres, a los días  que pasamos en familia y por supuesto a todos los madrileños.

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