domingo, 9 de agosto de 2009

La siesta

Sin duda alguna, con la llegada del verano recuperamos el mayor de los descubrimientos de la Humanidad. No me refiero al gazpacho, la ensaladilla rusa, la sandía, los flashes de hielo o los helados: me refiero a la siesta.
La siesta es un placer en el que nos inician de pequeños, abandonamos durante una gran etapa de nuestra vida y volvemos a recuperar cuando nuestros cabellos peinan canas. ¿Hay algún placer mayor que echarse la siesta junto a un arroyuelo, escuchando el murmullo de las hojas de los chopos y el compás de las cigarras? ¿O ese descansito después de comer entre los chapuzones mañaneros y los de la tarde para los más piscineros?
De hecho, debería estar recogida en la Declaración de los Derechos Humanos: "Todos tenemos derecho a una vida digna, incluyendo unas horas después de comer para poder disfrutar de la siesta." ¡Qué bonito sería! Además, se acabaría con el hambre en el mundo, porque para siestear hay que comer primero.
También debería estar recogida en los contratos laborales: "Disfrutará de dos días libres semanales y entre 35' y 1 hora de siesta, según ritmo y evolución del trabajo desarrollado". Desde el poder que nos conceden las ondas proclamo: ¡Señores empresarios! ¡Déjense de cestas de Navidad y de cenas de empresa! Rendiremos más con nuestra siesta.
Siempre habrá algún dormilón que junte las de toda la semana en el viernes, y entre el atasco para llegar, el cafelito de rigor y el "me voy en 45 minutos, ¿ya para qué voy a sacar los informes?", aprovechará las circunstancias y hará un fin de semana inglés. Vamos, que trabajará... hasta el jueves.
12.06.2009 Emitido en el programa nº 64 (12-6-09)

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